lunes, 17 de marzo de 2014

Mamá, ¿qué me pasará cuando muera?



Cuando tenía 17 años e iba a bachillerato, mi profesor de filosofía nos contó un día, sonriente, que su hijo de siete años le acababa de preguntar qué nos pasa cuando morimos. Él se reía con ternura, diciéndonos "ahí es donde empieza todo".

Efectivamente, suele ser a los siete años, cuando el proceso de individuación se acentúa, que los niños empiezan seriamente a tomar conciencia de la existencia real de la muerte. A menudo sus pensamientos sobre el tema van acompañados con miedos asociados a la oscuridad, a dormir solos, a los pasillos... Pueden, a su vez, "investigar" y preguntar sobre cuestiones relativas a la salud de sus progenitores para tratar de asegurarse de que vivirán lo máximo posible: se preocupan de saber con exactitud cuántos años tienen sus padres, si tienen hábitos saludables, si tienen alguna enfermedad...

Hablar con nuestros hijos sobre la muerte es extremadamente complejo, ya que es el único tema sobre el que no podemos darles ninguna seguridad cuando, ante su pánico, lo que buscan es precisamente segurizarse. Y ante la negativa de recibir una respuesta, puede que su miedo aumente todavía más. ¿Cómo podemos enfocarlo para darles cierta tranquilidad aún a sabiendas de la impermanencia del mundo y de la realidad que vivimos? ¿Cómo podemos dar una respuesta cuando no tenemos ni la más remota experiencia (que nosotros sepamos o recordemos) de lo que hay al otro lado?

Debo puntualizar previamente que no soy una experta en materia, sólo soy una madre que ha acompañado y está acompañando actualmente a su hija en un proceso existencialista intenso que está viviendo en relación con la muerte. Y este artículo, como todos los de Sundara, no trata de dar respuesta a nada concreto sino de abrir diálogo.

En alguna conversación nocturna con ella me di cuenta que decirle "no tengo ni idea de lo que pasará" no servía más que para incrementar su angustia. Si para un adulto el miedo a lo desconocido y a la muerte es vertiginoso, para un niño que apenas empieza a tener conciencia del asunto y que tiene unos vínculos de dependencia y apego muy fuertes con su familia, la muerte se convierte en un abismo aterrador. 

Personalmente, creo que el clásico cuento de "ir al cielo o al infierno" (análogo a la historieta de las abejas para la reproducción) no aporta nada de tranquilidad. Quizá es más interesante que, si seguimos una senda espiritual como practicantes, podamos aportar a nuestros hijos el punto de vista de nuestro camino explicándole que hay otros enfoques, pero que muchos de ellos coinciden en lo mismo.

A mi hija le ha ayudado mucho el acercamiento a la muerte que aporta el Dharma (para quien no esté familiarizado con el tema, recomendaría un vistazo a El Libro tibetano de la vida y la muerte de Sogyal Rinpoché). Lo que a ella le sirvió, sobre todo, es que le pude dar una respuesta, que tuve algo que decir, y que esa respuesta no fue vaga sino más o menos precisa. 

De todas maneras, como bien decía mi profesor de psicología, con la conciencia de la mortalidad empieza todo. No sólo sabemos que nuestra vida acabará: sabemos que tenemos que aprovechar el tiempo que tenemos en este mundo, sabemos que hay otras personas que sufren y que a cada momento alguien en el mundo está muriendo; tomamos una mirada más amplia fuera del yo y empezamos a comprender lo que realmente nos une y vincula con profundidad al resto del género humano.

Es decir, que con la conciencia de la muerte empieza el camino espiritual. 

Y con nuestros niños, como siempre, es menester acercarnos a estos temas delicados con paciencia y amor, y abriendo nuestro corazón a nuestros propios miedos aceptándonos y aceptando que nuestros pequeños tienen todo su derecho a sentir lo que sienten. 

¡Buenas noches y buenas reflexiones! 




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