martes, 11 de febrero de 2014

La importancia de la Presencia

                                                     Ilustración de Rebecca Dautremer


Muchas veces se ha hablado del "tiempo de calidad" que pasamos con nuestros hijos, diferenciándolo de la cantidad de tiempo que estamos con ellos. Muchas madres abogan por el "todo el tiempo que pasamos con nuestros hijos es tiempo de calidad". Y no les falta razón, ya que muchos utilizan la justificación de que lo importante no es la cantidad de tiempo que estamos con los niños, sino lo que hacemos con ese tiempo, para someter a los niños a largas jornadas de escolarización y actividad, reduciendo el tiempo familiar común a la última hora de la tarde y la cena. 

Frecuentemente se olvida que lo que un niño necesita es estar con sus padres. Muchas veces nos piden que juguemos con ellos, que hagamos "luchas", que pintemos... Pero otras veces tan sólo quieren que estemos allí, aunque ellos hagan algo aparentemente distinto. Y nosotros podemos preguntarnos para qué nos quieren, si ni siquiera nos miran... Pero lo cierto es que los niños, además de ese supuesto ideal de "tiempo de calidad", lo que necesitan es simplemente que estemos, saber de nuestra disponibilidad, y pasar tiempo jugando con la presencia cercana de sus padres.

Esto no significa en absoluto que debamos someternos a una jornada intensiva de 24 horas con niños aunque éstos tengan nueve años. Pero sí debemos ser conscientes de que los pequeños, tengan la edad que tengan, necesitan a sus padres, necesitan que estén ahí, tiempo de calidad o no, y necesitan ser niños y saberse queridos.

Otro tema importante relacionado es la Presencia en mayúscula. Es decir, lo que hace el adulto cuando está con un niño.

Igual que el resto del día en que nuestra cabeza no para de dar vueltas, ¿cuántas veces en una sola jornada estamos totalmente con nuestros hijos? En serio. ¿Jugamos con los clics o pensamos en lo que prepararemos para cenar? ¿Pintamos o criticamos internamente a nuestro jefe? Tal o cual me dijo tal cosa... ¿Será desagradable? El discurso interno no tiene fin, y cuando estamos con nuestros hijos no es muy diferente.

Cultivar la Presencia es simplemente estar, pero estar con totalidad. No estar en la luna, ni en Venecia, ni con nuestro amante, ni haciendo la lista de la compra. Es poner atención y observar, de manera que nuestra mirada nos permita abrirnos e intuir lo que el niño necesita en cada momento al interpretar sus señas. Y entonces el niño, aunque no digamos nada, se siente acompañado. Muchas veces, en un conflicto, o ante una situación dolorosa, no sabemos qué decir. La Presencia habla por sí sola ahí, con su silencio sostenedor. Los niños son extremadamente intuitivos, y saben cuándo estamos y cuándo no estamos, seamos padres, educadores o maestros. 

Es interesante que nos tomemos cada momento que estamos con nuestros hijos como una meditación, un estar en el aquí y el ahora. Que aprovechemos, sobre todo los que tenemos niños pequeños, ese presente que nos traen a cada momento. Que miremos lo que el niño mira. Que acompañemos de esa manera suave y sostenedora. Y entonces no sólo somos compañeros de viaje, sino también una referencia sana y no neurótica a la que acudir. 

El tema es realmente largo, pero me recuerda a algo que dice Lodro Rinzler en su libro Walk Like a Buddha cuando menciona que el Dharma es lo contrario al multitasking (la multitarea). Cuidar a nuestros hijos puede a veces convertirse en un torbellino de cosas que hacer a la vez, pero es importante cultivar y buscar cada espacio posible para situarnos en el presente con ellos, de manera que puedan sentir lo que son sus padres totalmente, y lo mucho que les aman. 


2 comentarios:

  1. Hola,
    Encuentro muy sabias estas palabras, y desde luego, estar con los hijos puede ser toda una oportunidad para la meditación consciente. Me encanta este enfoque y lo comparto plenamente.
    Pero tal vez me gustaría alertar sobre una cosa: prestar toda nuestra atención no debería convertirse en "controlar" cada minuto del niño. ¿A qué me refiero?
    Quizás una de las características más habituales de la crianza contemporánea sea la del padre o la madre "helicóptero", es decir, aquella que sobreprotege, que mide, que controla y lo sabe todo del niño. Quizás, sin darnos cuenta, pueda ser muy fácil caer en ello en nuestro interés por "estar presentes", por acompañarles en sus cosas.
    Recuerdo que cuando era niña, nuestras madres (del barrio) nos daban mucho "aire" (vamos, quizás demasiado). Es decir, nos pasábamos largas horas de la tarde y ya entrada la noche en la calle (bastante segura, entonces) jugando, rodando en patines, en bicicleta...hasta que llegaba la hora de la cena y se escuchaba, desde cada balcón: "Manuel!! Sube a comer!!", y listo. Ya sabíamos cada uno lo que teníamos que hacer: recoger y marcharse.
    Teníamos "nuestras cosas" y los padres, participaban de ellas de tanto en tanto. Creo que éramos felices. Nos daban espacio.
    Así, creo entonces que es necesario diferenciar entre la valiosa Presencia de la que nos habla aquí Mónica, del acompañamiento excesivo, y evitar caer en ello por querer estar más tiempo con los hijos. Quizás, a veces, con que ellos estén jugando en el patio y se sientan conscientes de la Presencia (cercanía, calidez) de los padres, aunque estén en el 4º balcón, sea suficiente ;-)
    No sé, es una opinión...
    En todo caso me encantaría oír también otras experiencias y opiniones. :-)
    Un abrazo!
    Rosanna

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  2. Hola Rosanna!

    Estoy muy de acuerdo contigo. Los niños necesitan tener espacio e intimidad. Necesitan que haya una parcela de sus vidas ajena a la mirada de los padres. ¿Cómo nos sentiríamos nosotros si todo lo que hacemos estuviera bajo la supervisión de otro/a? Podemos hacernos la idea si pensamos la diferencia de comportamiento que tenemos bajo la mirada de alguien que controla. ¿Es auténtica? ¿Es relajada? ¿Es consciente? Y a la inversa.
    Yo recuerdo esas parcelas de soledad de mi infancia como necesarias. Me permitían indagar en los terrenos desconocidos de relación con el otro, y es ahí también donde se empieza a fraguar la sexualidad de los niños, un tema del que bien podríamos hablar en algún encuentro. De todas maneras, cada edad tiene sus necesidad y sabemos que las de un bebé difieren mucho de las de un pequeño de 8 años. Es posible que un bebé nos demande su atención completa, mientras que un pre-adolescente pida mucho espacio personal.
    Sería interesante ahí ejercer la escucha y ver qué es lo que el niño necesita, es posible que él mismo nos lo comunique, diciéndonos "vete". Y lejos de interpretarlo como un rechazo personal, lo podríamos mirar, simplemente, como una comunicación sincera de su necesidad de estar solo.
    Muchos abrazos!

    Mónica

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