lunes, 17 de febrero de 2014

Madres que trabajan fuera de casa y madres que se quedan en casa. Y ser, al fin y al cabo, madres

(desconozco al artista. Si sabes quién es, escríbeme para citarle)

Hoy nuestra compañera de sangha, Rosanna, me ha enviado un artículo bellísimo que se divide en dos cartas ficticias.

Una de ellas la escribe una madre que trabaja fuera de casa a una madre que ha decidido quedarse en casa para dedicarse a la crianza. La otra está escrita a la inversa. 

Lo bello del artículo es que está totalmente exento de crítica, y reconoce el esfuerzo que supone para ambas la decisión que han tomado. Reconoce las bellezas, pero sobre todo las durezas. Esas cosas que a las mujeres que hemos optado por ser madres nos hacen flaquear día a día. Las que nos llevan al límite y nos transforman precisamente por ser terreno angosto.

La conclusión que podríamos sacar es que ser madre es una experiencia transformadora porque, intrínsecamente, no es trabajo fácil. Justo ayer llegué hasta un artículo de Beatriz Gimeno que hablaba sobre la necesidad de establecer para las mujeres un discurso antimaternal. Su planteamiento parte de que la sociedad critica a aquellas mujeres que han decidido no tener hijos, o niega la experiencia de aquellas que dicen no querer incondicionalmente a sus hijos, o que se han arrepentido de ser madres.

Lo cierto es que, una vez decidimos ser madres, experimentamos que la maternidad no es moco de pavo.

Recientemente, a su vez, he visto a través de facebook este vídeo y otros tantos de bellos partos naturales. Son hermosos y emocionantes, pero muchas veces muestran, a mi parecer, una versión algo idealizada del proceso. Algo así como la perfecta familia feliz moderna. Lo cierto es que la maternidad, igual que la verdadera espiritualidad (a diferencia de la espiritualidad materialista) destapa aquello que verdaderamente somos, con nuestros hábitos, nuestras tendencias arraigadas, nuestra dificultad para amar incondicionalmente y todo lo demás que nos encontramos y que tratamos de ocultar, es decir, la sombra. Sus representaciones románticas pueden mostrar una parte de lo que es la maternidad (la ternura, las cosas buenas, los momentos compartidos), pero no la totalidad, confundiendo quizá a la mujer que se encuentra viviendo una experiencia real que ella puede catalogar de imperfecta. Vamos, lo que es la vida misma. 

La maternidad tiene recompensas maravillosas, pero nos pone en el límite. Por otra parte, nos permite ver esto y, precisamente porque nos muestra tal y como somos, nos obliga a ser amables con nosotros mismos y querernos, ya que la culpabilidad está constantemente al acecho cuando ponemos en el espejo un ideal que no somos, y que nadie es.  

Sumado a esto, está el tema de la conciliación familiar. Lo que a la mujer renuncia o no, el gasto energético que supone para nosotras hacerlo todo, el configurarnos como inquebrantables torres hasta que un día nos derrumbamos y sentimos que no podemos más para levantarnos el día siguiente con la fuerza que nos es innata. La maternidad es una experiencia muy poderosa, y no sólo por el hecho de estar dando vida, cuidando y educando a otro ser humano; nos confronta diariamente con nuestro ego,  nuestros límites y nuestro cansancio, pero también nos permite ver la capacidad que nos da de apreciación de la alegría y de las cosas minúsculas que son, al fin y al cabo, las que muestran tanto la belleza como la fragilidad de la vida humana.  

1 comentario:

  1. La foto es bellísima y denota la fuerza que, realmente, supone la lactancia y la maternidad. Es como Tara Verde ;-)
    Gracias por escogerla.

    ResponderEliminar