lunes, 3 de febrero de 2014

La relación de pareja en la crianza





Hace unos días, Rosanna, una compañera de Serchöling, me envió este artículo más que recomendable sobre la supervivencia de la relación de pareja durante la crianza:



Se me ocurre que este tema es digno de un encuentro, ¿no os parece?

De la misma manera, sería interesante hablar de la sexualidad durante la maternidad/paternidad; qué cambios se producen, qué cosas se mueven y cómo cambia la relación entre los amantes durante la etapa del puerperio. 

La llegada de un bebé es una bomba para la pareja. Aquello que estaba oculto surge a la luz, como si lleváramos una obsidiana negra interna, o como si ese nuevo ser levantara la alfombra de la sombra de todo el núcleo familiar. Más allá de resistir como pareja, la crianza es también un momento para mirar la relación y desarrollar algo de incalculable valor: el amor incondicional.

¿Amamos incondicionalmente a nuestra pareja? Hace muy poquito, en un seminario sobre Dharma, Sarah Coleman decía que nosotros mismos somos nuestros peores jueces y que a veces, por extensión, tratamos a nuestra pareja o amante igual de mal que nos tratamos a nosotros mismos. Cuando nos damos cuenta del daño que podemos hacer a quien más amamos, nos podemos preguntar: ¿es nuestro amor incondicional?

El amor incondicional es sinónimo del no-abandono. Esto significa que, por duras que sean las circunstancias, vamos a estar ahí al pie del cañón sin juzgar al otro o sin juzgarnos. Significa que confiamos en nosotros mismos para poder tirar adelante, y de igual manera en nuestra pareja. Significa que dentro de la crianza aceptamos que cada uno tiene un papel importante, respetamos ese espacio del otro sin invadirlo, y le agradecemos su dación. Al final, como sugiere Eric Fromm en El arte de amar (de lectura obligada) el amor es una fuerza activa y dadora que jamás parte de la carencia ni de la espera a que el otro venga a salvarnos. Amamos, damos, hacemos: tan sencillo como respirar. Y damos las gracias al otro, nuestro compañero/a de viaje.

Tener un hijo nos entrena en el desarrollo del amor incondicional porque aprendemos que a ese pequeño ser le vamos a querer haga lo que haga, suceda lo que suceda, y es importante que se lo expresemos así. Por supuesto que en la pareja suceden cosas que nos pueden llevar al límite, pero el trabajo constante en la plena confianza y en la extensión de ese amor incondicional que nos generan los hijos puede generar algo muy poderoso: la comprensión de la raíz de ese amor, extensible a todos los seres. Tener un hijo y una pareja, lejos de ser un obstáculo, son un gran entrenamiento en el camino del bodhisattva. 

Y cada día nos brinda mil maestros, mil oportunidades, mil obstáculos, mil experiencias para desarrollar el bello músculo del amor. 

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